domingo, 4 de septiembre de 2011

¿Somos los argentinos demasiado individualistas, o muy poco individualistas?

Cuando la gente ve el caos del tránsito, con autos en doble fila, o detenidos sobre la senda peatonal (y no antes de ella), o la basura en las veredas, suele decir: los argentinos somos demasiado individualistas, no nos preocupamos por los otros, no somos solidarios.
Sin embargo, cuando les preguntan sobre las virtudes de los argentinos, muchos suelen responder: somos más solidarios, no tan individualistas como los norteamericanos y europeos, que andan cada uno por su lado. Somos más familieros, acá siempre alguien te va a dar una mano.
Si sumamos estas dos respuestas corrientes sobre nuestros defectos y virtudes el resultado parecería ser que si bien los argentinos somos más solidarios que otros pueblos, deberíamos ser más solidarios todavía. Que si bien somos menos individualistas que ellos, deberíamos ser menos todavía.
Por mi parte creo que las respuestas muestran que en Argentina falta incluso el concepto de qué significa ser individualista.
Se ha terminado por identificar el individualismo con el salvajismo, con acomodarse en la cola, con avanzar contra los peatones al girar en el cruce de calles (y si no corren por su vida, a insultarlos). Pero veamos un poco ¿qué significa ser individualista?
La propia palabra nos dice que significa pensar y actuar como individuo, no como miembro de un grupo o una masa de gente. Quiere decir que no voy a comprar la música que escuchan todos mis amigos, sin decidir primero si a mí (a este individuo que soy yo) me gusta. No voy a sostener una opinión porque es la de los miembros de mi familia, sino a pensar por mí mismo. No voy a creer que un hecho es verdadero porque lo dicen todos, sino que voy a tratar de llegar a mi propia conclusión independientemente.
Mucha gente rechaza el verdadero individualismo porque cree que es una forma de arrogancia. No, no es arrogancia, pero sí es cierto que el individualismo requiere tener respeto por uno mismo. Vale que yo me tome el trabajo, con responsabilidad y esmero, de llegar a conclusiones por mí mismo. Eso no consiste en decidir a la veleta lo primero que me cae bien, sino en pensar detenidamente y actuar justamente. Cuando uno dice demasiado a menudo ¡qué sé yo!, cuando uno dice sobre todo lo valioso y noble: ¡a mí qué me importa! uno en verdad dice ¡a mí no me importo!
El individualismo no es más fácil, sino más difícil, porque requiere asumir la propia responsabilidad sobre lo que uno piensa y sobre lo que hace.
Veamos una de las tantas costumbres aberrantes que se han desarrollado en estos años en los que nos hemos olvidado del concepto mismo de individualismo. Me refiero a esos padres que agraden a la maestra cuando sus hijos sacan malas notas o se portan mal


 (link a notas sobre la agresión a docentes: a un hombre, y otra a una mujer)
Lo que se ve allí no es individualismo sino, al contrario, una actitud tribal en su vesión más primitiva. Quien piense como individuo tratará de evaluar por sí mismo si su hijo estudió lo suficiente, si faltó muchos días, dará una mirada a sus cuadernos, etc.
En cambio, quien piense como miembro de un grupo no necesita hacer eso: lo que cae mal en mi familia está mal, y si lo hace una maestra que no es pariente mía, le pego y la insulto. No me importa si ella tiene razón. La voy a atacar incluso sabiendo que el pibe ha vagueado delante mío por meses. La razón no me importa, ni en esto ni en ningún otro asunto. Lo que importa es si la maestra forma parte del grupo al que yo pertenezco. El nene es mi hijo…lo demás se puede ir al…
La verdad es que buena parte de las cosas malas que vemos se deben a la pérdida de la capacidad de obrar como individuos. Los extranjeros se asombran por esa aparente contradicción que ven acá, entre el argentino que lo recibe con abrazos y besos en Ezeiza, y que al volver del aeropuerto les tira el auto a los peatones, arroja basura en la plaza en la que juegan nenes, e insulta al que le pide que corra su auto que tapa el garage. Esa bestia no es individualista: actúa según el grupo al que pertenezca el que se le cruza: besos y afecto para adentro, basura e insultos hacia fuera.
Para peor, el relativismo moral –que hace años se enseña y se aprende en Argentina- ha hecho que el grupo en base al cual muchos deciden sus actitudes sea cada vez más chico. Sin apego a principios morales, lo que queda es ser leal al grupo. No exageremos, no es que la familia y la barra de amigos sean tan decisivos para los argentinos, sino más bien que no hay otra cosa en la cual basar las decisiones.
Los niños y los adolescentes suelen ser los más dependientes de la opinión de los otros. Primero de lo que dicen mamá y papá, luego (cada vez más precozmente) de lo que dicen los demás de la barra. Madurar debería significar aprender ser independiente. No a cambiar de barra y pasarse a otra más canchera, sino a no depender de ninguna. Esto no significa perder los afectos, sino hacer que el afecto sea puro, y no mezclado con la dependencia y la manipulación.
Ser independiente no significa explotar a otros, sino al contrario, no depender de los demás. Quien se dedica a explotar otras personas debe pasarse horas y años presionándolas, manipulándolas, previendo lo que harán y dejarán de hacer. La persona independiente rechaza todas esas actividades con disgusto.
A muchos se les ocurre que la solución es ampliar el grupo: ya no depender sólo de la familia o la barra, sino decidir en base al barrio, en base a la nación. Si es del barrio bien, si no que se corra de mi camino. O quizá: si es argentino es mi amigo, si es extranjero es mi enemigo. Creo que esa no es la salida, sino recuperar el individualismo verdadero. Y para hacerlo debemos recuperar el concepto mismo. Hasta eso hemos perdido.

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