jueves, 29 de noviembre de 2012

Confusiones argentinas: la economía real y la timba

Sería inexplicable que un país como Argentina permanezca obstinadamente en el atraso si no fuera porque enormes errores conceptuales la mantienen en esa situación. Argentina tiene extensos recursos naturales, no tiene conflictos étnicos, no padece terremotos, tsunamis, ni huracanes. Solamente padece por su chispa de maldad, su montaña de ineptitud, y su océano de indiferencia.
Escribí antes dos notas sobre una de esas confusiones argentinas: las llamadas políticas de Estado (link a la 1ra, link a la 2da). También sobre nuestra carencia de verdadero individualismo (se diría, la incapacidad de pensar en términos que no sean tribales). Incluso escribí otra nota sobre la propensión a falsificar el pasado, siempre un mal síntoma de la decadencia de un país.
Quiero ahora escribir sobre una frasecita que se escucha seguido en los noticieros. Dos o tres veces por semana algún periodista o entrevistado dice –como casualmente, como si fuera obvio- que tal o cual cosa afecta “la economía real”.
Implícitamente esto quiere decir que hay una parte real y otra irreal en la economía. También quiere decir que lo grave es que se perjudique lo real. Lo demás, se supone que es lo irreal, lo que no tiene contacto con la producción, es la timba financiera.
Por supuesto que nada de esto se dice claramente, todo se da por sobreentendido. Así ocurre con la mayor parte de los conceptos que dan forma (bastante fea) a nuestra historia reciente. Se los difunde con frases (repetidas sin cesar, siempre igual) que asumen implícitamente que esos conceptos son correctos.
A poco que se piense en el asunto se advierte que la suposición es falsa. Se comprende que la división entre una economía real y otra irreal no tiene sentido. Se supone que lo irreal son las actividades de los bancos y los inversores. Gente que cambia sus “apuestas” de un lado para otro, sin importarles la producción real, sin importarles el largo plazo.
Creo que todo eso es falso, o mejor dicho, absurdo. Las inversiones no pueden compararse con apuestas. Uno no tiene forma de saber qué carta va a salir, o dónde va a caer la bolilla en la ruleta. Pero sí hay formas de saber si una empresa produce ganancias, y si es conveniente invertir en sus acciones, o darle crédito. Claro que hay personas que pueden invertir por corazonadas, como si se tratara de una ruleta. Pero no es probable que los que así obran se conviertan alguna vez en inversores de importancia.
Con mayor razón esto se aplica a los bancos, que no apuestan sino que se informan y exigen seguridades antes de otorgar un préstamo.
Claro que nunca se descartan los errores, como en toda actividad humana. Los diarios nos informan a cada tanto que el directivo de tal o cual banco renunció luego de conocerse que las inversiones por él aconsejadas han dado pérdidas. Pero lo mismo ocurre en la industria. Se han gastado toneladas de materias primas y años de trabajo en proyectos inservibles. Automóviles que no gustan al público, programas de computadoras que nadie usa, libros que nadie lee.
Cuando nos enteramos que un modelo de avión se ha retirado del mercado luego de dar pérdidas a sus fabricantes durante varios años, no sacamos por conclusión que lo mismo debe estar sucediendo en el resto de la industria. Es un error, la excepción que confirma que el resto hace buenos aviones.
En cambio, cuando un banco anuncia que sus inversiones han dado pérdida, decimos con aire de sabiondos que el resto debe estar haciendo lo mismo: jugando tontamente a la ruleta.
El ejemplo sirve para comprender el error del prejuicio de suponer que hay una parte de la economía que es irreal. Quienes fabrican aviones y barcos tienen su capital en acciones que los inversores compran y venden. Cuando necesitan financiar un nuevo proyecto toman créditos. Todo eso requiere cuidadosas evaluaciones, tanto como al diseñar un producto.
Lo contrario es pensar como alguien que dijera sobre un automóvil, con aire de sabiondo: mire, a mí me interesa la realidad, los pistones y las válvulas, no esa cosa azarosa del combustible ¡Pero hombre! sin el combustible los pistones no se mueven.
Y pensándolo mejor, ni siquiera esa comparación nos da la verdadera dimensión de la unión indisoluble entre fianzas y producción. Porque al fin y al cabo, un automóvil sin combustible mantiene intactos sus pistones y sus válvulas. Pero una industria sin capital deja de existir. Una mejor comparación sería la nuestro cuerpo y el alimento: una cosa forma a la otra. Es como si un comentarista nos dijera como una obviedad: yo me preocupo por los músculos y los huesos, por la realidad, no por esa lotería tonta que es la comida. Es que los músculos y los huesos se hacen con comida.

Las inversiones cambian porque la economía es cambio constante
Al hablar de la timba financiera se asume que una parte fundamental de las economías modernas se mueve al azar. Y por “modernas” me refiero a todo lo que ha sucedido desde por lo menos el siglo XVII. A poco que uno se interese en este asunto aprenderá que la tan detestada movilidad de las inversiones es en realidad una gran bendición y requisito para que ellas sean útiles. Los inversores compran acciones y dan crédito a las empresas que hacen mayores ganancias ¿Y por qué hace una empresa mayores ganancias que otra? Porque tiene una diferencia mayor entre sus ingresos y sus gastos (igual que usted lector). En definitiva el inversor lleva dinero (capital que se podrá usar para comprar desde soldadoras a computadoras) allí donde hay más demanda (por eso el mayor ingreso) y menos desperdicio de recursos. Claro que ningún inversor hace esto por motivos altruistas. Sin embargo, su actividad y sus evaluaciones son beneficiosas, incluso esenciales para una economía moderna.
Pongamos un ejemplo. Una empresa usa acero para hacer resortes, y otra para hacer hojas de afeitar. Pensemos que ambas usan la misma cantidad de acero, pero la que produce resortes tiene mayores ganancias. Eso quiere decir que usa un bien escaso, el acero, en un producto que tiene más demanda que el otro. Quien invierta en la empresa de resortes (y no en la de hojas de afeitar) hace algo racional para él, y también para la sociedad toda.
Pero puede pasar que al tiempo haya más demanda por hojas de afeitar y entonces se invierte más allí, y menos en los resortes. Y allí probablemente haya quienes levanten el dedo acusador contra la movilidad de las inversiones. Es que no se puede invertir siempre en lo mismo. La inversión es cambiante porque la economía es cambiante. Y para que estos ajustes ocurran no se necesita ningún decreto o plan quinquenal. Lo evalúan y deciden los inversores a cada momento. Sus decisiones no son siempre acertadas, no son perfectas. Pero la historia del mundo muestra que allí donde se les ha dejado usar su inteligencia, ha habido progreso. Y que ese progreso se ha detenido donde se los ha obligado a seguir las órdenes de burócratas.

Cuando lo poco que se invierte, se invierte mal
Dicho esto, también es cierto que todos conocemos ejemplos en los que el dinero se dirige a papeles sin valor. Y eso no ya como un error individual, sino como una falta de tino generalizada. ¿Cómo puede ser que tantos se equivoquen a la vez? La mejor respuesta que yo he podido encontrar a esa pregunta es que esas cosas ocurren cuando los inversores no pueden usar su inteligencia para decidir qué es lo mejor.
El caso extremo se da cuando los inversores son obligados a usar el capital de modo menos eficiente. Un ejemplo de mala inversión obligada se encuentra en la historia reciente de la Argentina. Cuando dos gobiernos argentinos obligaron a las AFJP (Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones, link a la Wikipedia) a comprar bonos de deuda pública, el “error” fue generalizado. El decreto estableciendo esta obligación de suicidarse fue firmado por el Presidente de la Rúa un mes antes de que esos bonos fueran declarados en default (no por él, sino por quienes asumieron el poder tras derrocarlo). Y de modo insólito, la orden de comprar papeles fue ratificada y ampliada por el Presidente Duhalde, quien obligó a las AFJP a comprar bonos que para entonces ya estaban en default.
Fuera de Argentina tenemos el ejemplo de la crisis de la hipotecas sub-prime ¿No es este un ejemplo de una timba financiera? Pero ¿por qué motivo tantos bancos invirtieron mal? Por supuesto, este caso es más complejo y menos grotesco que el de Argentina. Los bancos norteamericanos no fueron obligados a comprar humo. Pero fueron inducidos a bajar los requisitos de los créditos hipotecarios. Como el mayor banco hipotecario norteamericano es estatal (la FHLMC conocido como Freddy Mac), fue el líder en ese plan suicida. Otra corporación con mayoría de acciones estatal (FNMA conocida como Fannie Mae) colaboró en extender el riesgo formando paquetes de hipotecas que luego compraron bancos de todo el mundo.
La intención del gobierno norteamericano era que personas de bajos recursos accedieran a una vivienda propia. Bajando los requisitos se llegó a los créditos llamados NINJA, sigla irónica que se refiere a préstamos que se daban sin exigir ni un ingreso, ni un trabajo, ni una propiedad (en inglés: No Income, No Job, No Asset NINJA). También se llamó a estos créditos “sub-prime”, es decir, de mala calidad. Dicho sin rodeos, créditos con alto riesgo de que el deudor no pague.
Se dio crédito a gente que no podía pagarlo. Pero pensemos: no es normal que un banco haga eso. Y es casi imposible que cientos de bancos cometan ese error al mismo tiempo. En cambio, es bastante común que los gobiernos hagan eso: que den dinero a personas que o no quieren o no pueden devolverlo. En este caso lo hicieron de modo indirecto, a través de garantías y regulaciones en el mercado hipotecario que sustituyeron al buen juicio. Más que con una ruleta, eso se debería comparar con la venta de remedios milagrosos (crédito barato para todos y todas) que termina mal.
No hay una economía real –basada en la previsión y el riesgo razonable– y otra irreal –dominada por el ansia de apostar. Es cierto que a veces la frase (y el prejuicio que ella implica) también se escucha en otros países. Sin embargo, la Argentina padece de dos problemas que hacen que ese prejuicio esté aquí mucho más arraigado.
Primero, en Argentina hay muy poco ahorro interno, y eso no se debe a una deficiencia genética de nuestra población. La gente sabe que más le vale gastar el dinero. Intentar ahorrar en Argentina es como remar contra la corriente, contra una de las inflaciones más altas del mundo. No es raro que un pueblo que perdió la costumbre del ahorro vea a las instituciones financieras como algo irreal.
En segundo lugar, los gobiernos argentinos acuden al crédito ofreciendo grandes ventajas y ganancias a los compradores de títulos. Y a cada incumplimiento le siguen necesariamente ofertas todavía más tentadoras. Quienes llegan a cobrar pueden ganar mucho. Pero hay otros que son sorprendidos por alguna ley de emergencia y cobran poco o nada. También esto fomenta la convicción de que la inversión es una actividad dominada por el azar (¿me pagarán o no?), y que está separada de la producción.
Pero el sector financiero de la economía nunca es irreal. Son ahorros y recursos que ha llevado tiempo y esfuerzo reunir. Cuando se los emplea mal, la pobreza y la falta de desarrollo también es real.